Hola,

todo empezó como en la mayoría de los casos: de forma discreta y repentina.

En mayo de este año, noté en mi gato Snickers, de 4 años, una disminución del apetito, menos actividad física, fluctuaciones de peso y babeo excesivo.

Tras consultar con el veterinario, se determinó que el origen de estos comportamientos era un problema renovado con el sarro, con el que había estado luchando anteriormente y ya se había sometido a 2 procedimientos dentales. En julio, tras la tercera intervención, Snickers perdió todos los dientes.

Aunque el periodo de cicatrización de la herida fue largo, su estado mejoró un poco, pero no se recuperó del todo.

Era reacio a comer y cada vez se notaba más que tenía un desequilibrio.

Antes no le asustaban las alturas, pero de repente empezó a calcular mal la altura y la distancia al objetivo y dejó de saltar.

Snickers ha sido un luchador desde muy joven, con un amplio historial sanitario. Se sospechaba que tenía un linfoma cuando aún no había cumplido un año. Sin embargo, resultó que tenía calicivirus.

Los veterinarios quedaron impresionados por la valentía con la que este pequeño bribón luchaba por la vida, ya que inicialmente evaluaron su estado de salud como muy malo y me dijeron que debía prepararme para su partida al otro lado del arco iris.

No nos rendimos y salimos adelante, pero nos enfrentamos a otra batalla.

Por desgracia, actualmente me encuentro en un momento difícil de mi vida, en el que también estoy luchando con una enorme carga mental y financiera relacionada con mi situación de salud personal.

Hasta ahora, las pruebas y visitas a diversos especialistas para diagnosticar correctamente la enfermedad de Snickers han consumido todos mis ahorros.

Por supuesto, no me arrepiento de este dinero, así como estoy decidida a hacer todo lo posible para salvar a mi gato.

Les pido encarecidamente su apoyo.