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Vivo al alba. Allí donde el silencio aún no ha sido invadido por la prisa, recojo pensamientos como quien recoge leña para encender fuego en el alma. Escribo para comprender, para atravesar lo vivido, para nombrar lo invisible. Cerca de mis 60 años, he decidido entregar el tiempo que me queda a la escritura. No como una elección tardía, sino como un regreso. La palabra siempre estuvo ahí, esperándome. En cada herida que buscó sentido. En cada pregunta que no dejó dormir. Mi camino no ha sido lineal. He trabajado, he vivido, he caído y me he levantado muchas veces. Pero en medio de todo, siempre estuvo esa necesidad de mirar más hondo. De no conformarme con lo aparente. De pensar con el corazón despierto. Hoy escribo fragmentos. Pedazos de vida que se convierten en luz. No para enseñar, ni para convencer, sino para acompañar a quien también camina. Para recordarnos que el alma no se extingue cuando se la escucha. Este proyecto no es un libro. Es una declaración de vida. Un pacto con la lucidez, la sensibilidad y la belleza de lo esencial. Gracias por leerme. Gracias por compartir este viaje. — Miguel Alemany